DIGO LO QUE PIENSO

viernes, junio 16, 2006

UN BARRIO, UNA CUADRA, UNA CASA Y YO

LA VOZ

Transitaba la noche por una calle con sombras raídas por el tiempo. Lo hacía con la tranquilidad de quien recorre un terreno conocido. Llevaba a cuesta los mismos problemas que normalmente soporta el resto de la gente. Caminaba ensimismado, pensando en solucionar cosas del momento y de las otras, esas que finalmente se convierten en permanentes. Al pasar frente a la vieja casa con ligustro, ensayé una sonrisa. Evocaba el ayer vivido sobre esas mismas veredas que hoy, gozaban con mi regreso. De pronto, la sonrisa se esfumó de mis labios y se convirtió en una lacerante mueca.
Al avanzar unos metros, oí una suave voz de mujer que preguntaba ¿ Que te pasa ?. ¿ Adonde vas ?. Instintivamente respondí – “ Camino a casa, para encontrarme con “el Bolita”, Papá y con vos Mamá ”. Después, sentí el escarnio de la realidad; el dolor de saber que nada de ello existía.
Seguí mi andar cansino y al llegar a la esquina, dudé. En otros tiempos la hubiera doblado con paso apresurado y alegre, pero en ese instante, me quedé paralizado. Recordé la pared rugosa de la ochava de enfrente, la lechería que ya no existe y el almacén “La Favorita” , que hoy está cerrado y parece un duende que vaga en silencio e inspira una mezcla de dolor, por todo aquello que ayer fue y compasión, por su actual oscura realidad.
Un perro, quizás apiadado de mi confusión, se acercó moviendo la cola y acompañó mi andar con su cabeza levantada y los ojos clavados en mí, como queriendo decirme algo. Es una pena que los perros no tengan el don de la palabra, porque ellos son quienes mejor intuyen el sentir del hombre y los pesares que lo aquejan. Me faltaron fuerzas para doblar “mi esquina” y volví sobre mis pasos, tratando de escapar. Intimamente deseaba que la tierra se abriera y yo pudiera desaparecer inmerso en sus profundidades. Fue entonces que me detuve y resolví cruzar la calle. Deseaba sentarme en el sucio umbral de la otrora resplandeciente almacén, tal cual lo había hecho de niño y de muchacho. El perro se estiró ante mis pies, apoyando la cabeza entre sus patas delanteras, sin dejar de observarme. Los recuerdos de un lejano ayer se agolparon en mi mente.
…… Cuatro piedras en la cruz de dos calles, sirviendo de modestos arcos para un partido de fútbol entre “cuadras” de un mismo barrio. Desafíos jugados con una pelota de goma y el corazón puesto al servicio de no perder, pues ganar significaba la honra propia y la de aquella calle que todos los días nos veía salir de casa, rumbo a la escuela.
…… Las prolijas trenzas rubias de un infantil amor ; casi siempre inalcanzable, debido a la carencia de audacia y al concepto ritual de la vergüenza ; ésa pérfida bruja que – llegado el momento - no dejaba que las palabras brotaran de la garganta..
…… La reunión matinal de las vecinas alrededor del carro del verdulero.
…… El agua de tardes calurosas en el juego de un carnaval largamente esperado y que involucraba a los vecinos, incluso a aquellos que en el resto del año, se mostraban como adustos personajes, incapaces de traslucir esa distinta personalidad que revelaban durante el reinado de Momo.
…… El ida y vuelta al trabajo o al colegio secundario, caminado por veredas que conocíamos de memoria y que nos saludaban de continúo cuando las transitábamos; si bien – algunas veces – una baldosa traviesa se burlaba de nosotros y nos salpicaba con agua “non santa”.
…… La consabida reunión de amigos en la esquina, planeando el programa para esa noche, que llena de misterios y esperanzas, nos esperaba.
…… Guirnaldas de luces encendidas que alumbraban el baile de sombras, aquellas que solamente yo puedo identificar.
¡Cuantas visiones más podrían haberse conjugado!. Sin embargo, el fuerte sonido de la bocina de un automóvil, que raudo cruzó la bocacalle y la caída de una bola seca de plátano, me volvió a la realidad, rompiendo así la breve fantasía que, por un instante, cobijaron estrellas amigas.

Al mirar al perro, noté que sus ojos estaban humedecidos y que algunas lágrimas rebeldes, rodaban sobre su hocico.

José Pedro Aresi

Agosto del 2000