DIGO LO QUE PIENSO

sábado, diciembre 01, 2007

LA TELEVISIÓN


En Argentina fue la niña mimada de los años cincuenta en adelante. La televisión se convirtió para entonces, en una tangible presencia del espectáculo en las casas de familia, lo cual bastó para monopolizar el interés de la gente.

Siguiendo un orden cronológico, después de la aparición de la heladera eléctrica “SIAM”, fue precisamente la caja cuadrada e insulsa llamada familiarmente TV, la que constituyó el gran ”boom” de generación eléctrica que conmovió a los hogares.

Muchos se empeñaron económicamente para no perder la posibilidad de acceder, cuanto antes, al nuevo mundo del espectáculo y de la información y se lanzaron a la compra de aparatos que debían sincronizarse, con el común uso de antenas delatoras de un nuevo “status” de familia. ¡La que tenía televisión!

Y junto con ella llegó el “service”, representado por una persona considerada poco menos que un Dios del Olimpo, que invariablemente llegaba a casa para reparar el aparato, cuando ya se había emitido el programa que nos interesaba ver. Sin embargo su presencia era casi habitual, toda vez que se deseara mantener aceptablemente el funcionamiento del nuevo aparato, quitando zumbidos, rayas molestas y arreglando los clásicos “desenganches” horizontales o verticales, que eran el pan nuestro de cada día.

Y con el “chiche” televisivo llegó la programación en vivo y en directo. Nuevas voces y nuevos rostros se introdujeron en los hogares sin permiso, pasando a ser uno más de la familia.

Todo era precario, pero sano. Se respetaba al televidente. No se lo agredía, ya que se mantuvieron los mismos reglamentos que regían la radio. El lenguaje era cuidado y los temas abordados, en nada atentaban contra el dogma de la cultura familiar.

Claro, todo esto fue al principio, es decir cuando solamente el canal oficial reinaba dictatorialmente en el medio. No había comenzado aún la lucha por el “raiting”.

Más tarde se posibilitó la apertura de nuevos canales de aire, hasta que finalmente llegó la “televisión cerrada”, que competía aún más con el tradicional cine de barrio que poco a poco fue mermando en número, abatido por la inconcurrencia de sus tradicionales clientes, hoy volcados a la TV..

Muy someramente podemos decir que así se desenvolvió esta actividad, sumamente invasora, que jamás cumplió en el país la tarea educativa que debió haber desarrollado.

Por el contrario, todo se basó en programaciones en gran parte chabacanas y de fácil asimilación popular, donde se pusieron en juego recetas que comenzaron a delinear la incorporación al medio de palabras extranjeras unas y otras con doble sentido, desnudos encubiertos, hasta llegar al virtual envilecimiento del lenguaje sin respetar “horario de protección del menor” y mostrar lo más posible de las zonas intimas, tanto femeninas como masculinas. Hoy el “aparato” está prácticamente al servicio de la masturbación de seres enrarecidos por el vicio; triste realidad de un ciclo que nos quieren vender como ligado al progreso y para iniciar el cual se le dijo adios, al Topo Gigio.

La TV se ha convertido en un elemento pernicioso, sin propuestas válidas para elevar el nivel cultural de los televidentes, a quienes por el contrario, se sumerge en un mundo que muestra como natural el sin pudor y los hechos macabros que por supuesto no faltan en la sociedad, pero que la TV magnifica para lograr aumentar su audiencia.

Amén de haber visto ya varias guerras en vivo y en directo, la televisión nos muestra a diario robos, negociación de rehenes y otros por menores que la colocan como una encubierta escuela del delito, para jóvenes desviados por la falta de contenido de la familia y la comunidad.

La televisión es hoy una verdadera VENTANA DEL MAL GUSTO. La pornografía salta a la vista en cualquier horario y las miserias humanas afloran por doquier en programas que alimentan el morbo y el “dolce fare niente” muy bien recompensado económicamente.

Piensen que aún hoy … Sofovich sigue con su juego de “cortar la manzana”

Increíble declinación de nuestros valores culturales, que nadie se preocupa en revertir.

José Pedro Aresi