DIGO LO QUE PIENSO

domingo, marzo 25, 2007

EL DESVÍO



El nivel del terraplén descendía. La zona de tierra bajas había quedado atrás y los rieles avanzaban hacía el sur, como una resplandeciente cinta con bordes de acero. Algo más adelante estaba “el desvío”, lugar donde desde el tronco principal se desprendía un gallardo ramal. Las vías principales continuaban su destino de puerto, en tanto las otras iniciaban el viaje hacía un nuevo horizonte. Junto al desvío, estaba ubicado el potrero de tierra y pasto en el que los pibes del barrio jugábamos al fútbol. Más allá se alzaba una pequeña casa de dos plantas. Su único habitante, Don Genaro, era empleado del ferrocarril y cumplía funciones de señalero y cambista a la vez..
Un día en que yo pasaba por el lugar, oí a dos personas – seguramente funcionarios de la empresa ferroviaria – designar con el nombre de “bifurcación” a lo que para todo el barrio era “el desvío”. Continué mi camino, pero la palabra bifurcación me dejó pensando ; nunca la había oído antes. Mientras caminaba, repetía ese vocablo para no olvidarlo. ¡ Era muy difícil ¡ .
Al llegar al lugar donde estaban mis amigos, noté un inusual silencio. Nadie hablaba. Entonces pregunté: – “¿Estamos de velorio?”, pero ninguno respondió. Insistí con la pregunta hasta que alguien me respondió: - “Nos robaron la pelota”. Me quedé pensando y al rato dejé escapar un - “Enseguida vuelvo”. Una hora después regresé con una pelota de cuero número cinco y sin darle ninguna importancia al hecho, grité - “Vayamos a la bifurcación”. Ninguno se movió, todos miraron con cara de no entender lo que yo decía. Repetí el convite y fue entonces cuando “Cheno” preguntó – “¿ Que es eso de la bifurcación ?. ¿ Está cerca o hay que tomar colectivo para llegar?”. - “No burro” le respondí, y luego agregué - “Les estoy diciendo de ir a “el desvío” ; solamente que la gente culta como yo, lo llamamos bifurcación .Verdaderamente, ustedes son unos “ignorantes”. Un pedazo de barro seco golpeó sobre mi cabeza, en tanto todos salieron corriendo hacía “el desvió” y tras ellos, yo.
Una vez en el potrero, se armó un picado de cinco contra cinco. Como de costumbre, ganaría el bando que primero convirtiera seis goles. Algunos jugaban descalzos, otros con zapatillas de goma descoloridas o con alpargatas, pero todos con muchas ganas de darle a la número cinco. Formalizado el partido, fue un lujo ver como todos manejaban la de cuero. En el grupo no había troncos. ¡Todos la rompían!. Ese día el partido fue inolvidable. Apoyado en la casilla de Don Genaro, estaba Tucho mirándonos jugar y todos nos afanamos por mostrar nuestras “condiciones” ante él. Tucho era mayor que nosotros y jugaba en la primera división de un equipo grande, con mucha chance de ser seleccionado para el equipo nacional.
Ese día, el partido no pudo terminar porque nos sorprendió la noche. Nos quedamos sin luz, antes que pudiéramos convertir los seis goles de rigor. Regresamos sudados y mugrientos. Las casas del barrio, con sus luces mortecinas y el débil fulgor de los faroles de la calle, parecían estar esperándonos para volver a aturdirse con nuestros gritos. Al día siguiente, volvimos a encontrarnos frente al corralón de Don Amable y en tanto comentábamos el último “picado” , “Clavito” preguntó : - “¿Porqué no formamos un equipo en serio y jugamos contra los de otros barrios? ”. La idea fue aprobada de inmediato y luego de varias propuestas acerca de cual sería el nombre del equipo, se eligió por unanimidad “El Torito”. El color de la camiseta sería negra con escote y puños blancos y la del arquero colorada. Luego se decidió la limpieza del terreno que utilizábamos junto a “el desvío”, marcarlo con cal y plantarle dos arcos reglamentarios. Todo era entusiasmo y decisión, hasta que “Mortadela” dijo : “¿Y de donde vamos a sacar la guita para hacer todo eso?”. Esas palabras cayeron como un balde de agua fría sobre el grupo. Hubo un prolongado silencio, hasta que – casi sonriente – me animé a decir – “No se preocupen, de eso me ocupo yo. Ahora lo que debemos hacer es comenzar a limpiar el potrero”.
Poco tiempo después, todos los sueños se convirtieron en realidad y “El Torito” logró formar un muy buen equipo. ¡ Era una máquina !. Arrasaba tanto de local como de visitante y hasta tenía su propia barra seguidora, con bandera y todo. Cuando sus obligaciones se lo permitían, Tucho venía a vernos jugar.
Transcurrieron los años y todos fuimos creciendo. El potrero nos fue quedando chico. Comenzamos a probarnos en las divisiones inferiores de clubes importantes y a compartir el potrero con campos de juego bien cuidados. Esta dualidad no duró mucho tiempo y cada uno debió elegir el camino a seguir.. La posibilidad de alcanzar la fama y ganar dinero sepultaron a “El Torito”. Todos, menos “Bofito”, “Galípoli”, “Pichi” y yo, llegaron a profesionales y hasta alguno de ellos apareció en la tapa de la revista “El Gráfico”. Los que quedamos en el camino, también tuvimos suertes dispares, pero a ninguno le fue enteramente mal.
Cierto día, en el centro de la ciudad, me encontré con “Clavito”. Nos confundimos en un abrazo y luego, unidos en la nostalgia frente a un pocillo de café, evocamos el tiempo en que juntos, defendimos la casaca de “El Torito”. Ya nos despedíamos, cuando Carlos – ese era el nombre de pila de mi antiguo compañero - dijo – “ Ha pasado ya mucho tiempo desde aquellos días. Sucedieron cosas buenas y de las otras, pero desde entonces me intriga el no haber sabido nunca ¿ De donde sacaste aquella tarde la pelota de cuero y después el dinero para comprar los arcos y las camisetas ? ” . Sonrojado respondí – “ Fue la mano de Dios ” y nos separamos.
Yo no podía decirle a “Clavito” la verdad. Tucho me había hecho jurar desde el primer día, que jamás revelaría a mis compañeros que era él, quien me daba el dinero para comprar las cosas que nos hacían felices.


Mar del Plata febrero del 2001