DIGO LO QUE PIENSO

domingo, enero 18, 2009

BUENOS AIRES y el TANGO



Esa ráfaga, el tango, esa diablura,
los atareados años desafía;
hecho de polvo y tiempo, el hombre dura
menos que la liviana melodía,
que sólo es tiempo. El tango crea un turbio
pasado irreal que de algún modo es cierto,
el recuerdo imposible de haber muerto
peleando, en una esquina del suburbio.

Jorge Luis Borges



Tango: Una pasión y un sentimiento


Existen pasiones que se exaltan, tan pronto se escarba en la intimidad de nuestro ser. En mi caso, ello sucede con “Buenos Aires”, cuyo cielo me vio nacer y el Tango, la música de mi pueblo. ¡La que siempre acompañó mi vida!

Se trata de una ”yunta brava” que conforma el todo de una pasión incontrolable. Sucede que para mí, Buenos Aires no es una mera geografía, sino la sumatoria de “grandes pequeñas” cosas que edifican el altar donde se inmola mi alma, porque a mi ciudad la viví y sentí desde “purrete” y en ella aprendí el difícil oficio de ser argentino.

No se trata de un compromiso de amor; es el amor mismo – que subordina el valor atesorado en una existencia – al culto de una ciudad envolvente, rigurosa, que no perdona y castiga cualquier desliz irreverente.

Buenos Aires es una mezcla de esperanzas, fútbol, carreras y tango. Es la calidez resultante del extraño sabor y olor de un “feca” porteño. Es color de barrio, calor de amigo, perfume de mujer y la sensible sabiduría que enseña la calle.

Porteño deriva de “puerto”, lugar que le permitió a “Buenos Aires”, ser la vitrina de una tierra buscada por muchos para encontrar en ella, paz y progreso. El suelo de lo que hoy es mi ciudad, es el mismo que besaron nuestros mayores al desembarcar con la esperanza de un mañana venturoso, pero llorando en silencio el ayer que dejaron allá “en el otro lado del ancho mar”. En mi caso particular, en el cielo límpido del “pie del monte” o en la “risaia lombarda” - ¡Madunina d’ Or!

Así como yo mezclo cosas, así de desordenados somos los porteños, que nacimos bajo un firmamento que se refleja en el sublime color de nuestra bandera; la que nos acaricia y abraza con toda la dulzura que solamente una madre puede brindar.

Junto al desorden de nuestras vidas, nace precisamente el Tango que se escabulle grosero y audaz, para iluminar la noche de nuestros sueños e iluminarla con música y poesía, en versos que arrugan frente al amor y hacen pata ancha ante la injusticia de los hombres.

La música de Buenos Aires se siente y por sobre todas las cosas, se baila. No creo en los filósofos que hablan de una música quieta de mi ciudad, porque los porteños somos todo andar. Nerviosos, preocupados, ensimismados, ansiosos y retobados, vamos dibujando pasos de baile al caminar. Transitar sensual de “grelas” y cadencioso de hombres que se mueven al ritmo de la ciudad.

Se llamaba Tango el lugar donde los negros bailaban su música. Por lo tanto Tango fue, es y será sinónimo de bailongo. Danza que se convierte en pasión que recorre todo el cuerpo y fluye por los pies hasta dibujar en el piso, una coreografía espontánea y “canyengue”.



Tango, apretar caliente de macho y hembra,
que se funden en la reciedumbre de la danza


Escrito por mí, en las postrimerías del siglo XX